Cuando Consuelo García del Cid (Barcelona, 1958) se despidió de sus compañeras, en el patio del reformatorio, en 1976, hizo una promesa con ellas y consigo mismo, “esto lo voy a contar, el país entero se va a enterar de lo que nos han hecho”. Ahí abrió otra puerta al infierno, encontrando documentos como en el que se especificaba “dado que los procesos de adopción están sometidos a largos plazos de espera, solicitamos urgentemente un niño a Peñagrande.” Había celdas de aislamiento, y a veces te metían allí un botijo y un orinal, yo fui...