Los agujeros de guion pueden estropear el placer que supone ver una buena película. A veces se puede dejar pasar, otras veces provoca una irritación tras otra. Por supuesto, la gente no puede volar o los animales no pueden hablar, pero si lo vemos en una película podemos empatizar con ello. Sin embargo, cuando esas personas voladoras o animales parlantes van en contra de la lógica de la historia (y, por tanto, crean un agujero argumental), entonces el resultado es francamente inverosímil.